lunes, agosto 01, 2005

Antecedentes de mi sonrisa y porqué no creo en el arrepentimiento aunque quiera arrepentirme después de ti

Tus ojos negros tienen la profundidad de un lugar al que nunca pensé llegar. No sé si lo hice tampoco. Creo que sí.
Pero mi mundo, lleno de metáforas, nunca como ahora se había visto afectado por un bombardeo de realidad. Creo que a él lo encontré nadando en los márgenes de las cosas innominadas. Él, un innominado, de pronto besa mis labios y me roba la soledad en los cinco segundos en que mi oído, cerca del suyo, pudo escuchar el sonido negro que también tenía dentro de sí. Casi hasta llegar al corazón. Pero no. Normalmente nadie llega a ese lugar.
¿De quién es el espacio que me guardaste? Tus ojos negros están cerrados, cuando sobre mi eres una piedra negra tallada que no habla y que hace lo mismo que hacen todos los hombres cuando aman. Te miro y eres mi duda. El cuerpo descubierto, en cada caricia de poderosa suavidad. Me conmueve la ternura de tu voz negra florecida desde la embriaguez. Nunca le creí a las estatuas de los parques, pienso. Y te amo como a un pétalo moribundo. Qué bello eres, pero te caes y mueres cuando creía que te dejabas deslizar sobre mí. Despierto y te llamo, para ver si sales conmigo de mi sueño, para ver si quieres transformarte en metáfora, frente al sol. Camina conmigo y háblame.
Me gustaba oírle temiendo siempre por la integridad de mi conciencia. Él, un ladrón o un amante —nunca lo tuve claro—, siempre al margen, no tenía manos para empuñar cuchillos de guerra o banderas blancas de paz; por eso no hay huellas en mi cuerpo aunque mis manos ardían y mi corazón lanzaba su artillería. Gritaba en medio del parque y en frente de él: no soy materia de cincel —aunque otra veces no gritaba nadie. La verdad —dicen— está escondida en los límites, en los márgenes, en las despedidas. Y nunca una de esas fue distinta a la primera. ¿Qué pasará cuando algo más profundo e infinito que tú venga apoderarse de mi casa?
Creo que quiero estar contigo, pero no lo dije; no dices nada, y lo escuché. ¿Hablamos? No sé si saliste realmente del sueño. Ahora no sé si entraste, pero te escucho de nuevo y lo inefable de todo es porqué te doy mi atardecer y porqué creo que dices que sí y porqué al verte por segunda vez parece como si tú piedra lloraras lágrimas: lucecitas brillantes que se me meten a mí en los ojos. Aquí tienes mis manos y mi voz blanca. Yo no tengo la menor idea sobre qué haces aquí, pero te quedas y es de esos momentos en que alguien se queda para siempre. Te quedas incluso en contra de tu voluntad. Yo también me quedo. No puedo salir tampoco de allí. Pasa un día conmigo. Que pasen las noches y que bailes conmigo, porque tienes mis manos, aquellas ramas de dudosa procedencia.
Qué bueno que estés aquí —me dice él— cuando yo no sabía en realidad en qué lugar estaba. Pero encuentro en su silencio el nervio aquel, que eligen los mataderos y que une la vida con la muerte. Desde allí él tiembla, desde allí me besa y yo me cuelgo de un brazo que no suelto hasta amanecer. Para tirarle de mi sueño cuando despierte y que sea conmigo una metáfora. Que las ventanas se abran.
Caminamos por el suelo principal de la ciudad que ahora me gusta y me late que la lluvia que anunciaron llegará un poco más tarde. Enloquezco porque alrededor todo se transforma en el mismo lugar que espero caer junto a ti. Estaba seguro de que después del suicidio del sol ocuparías otra vez el mismo primer lugar. Esperaba que de nuevo mis manos quedaran un poco apretadas contra tu cuerpo. Me pediste que me quedara contigo y lo hice.¿Por qué entonces ahora un cincel frío me clavan desde el ombligo hasta el pecho y mis luces no tienen fuerza para brillar?
Me quedé con él y pensé que tenía que quedarme para siempre. Cuando pasó eso, sus ojos negros me protegían. Y en mis sueños la piedra negra adquiría formas bellas y creí que él me regalaba el amanecer. No quiero que te vayas, pensaba. No entiendo qué esta pasando, sentía. Estar ahí no tenía sentido sin él.
Todas las debilidades del mundo, y mis mundo de metáforas se fueron diluyendo en una realidad innominada. Solo se sentía algo, pero parecía no haber recuerdo de ello porque no había como nombrarlo. Cuando visitas los parques sabes que las estatuas dejarán de bailar porque llegará la hora del suicidio del sol. Ahí se acabó la oportunidad que teníamos de escapar. Entonces abriste los ojos y no se escuchó nada, pero dijiste que el aire estaba duro, que no sabías caminar, que tampoco sabías caer, que no eras pétalo, que tú mismo no sabías quien eras.
Y el mundo, lleno de metáforas, explota. Le miro y no le veo. Él despavorido arranca como una bestia salvaje.
No es mi problema, me dijiste; y yo preguntaba cuándo pedí solución.
Tus ojos negros es un lugar al que nunca pensé llegar, pero me caí y encontré el pavor y la transformación. Por eso quise dejar ahí mis manos y me quemé. Porque en la negrura tus lágrimas lucecillas caían y nunca el amor fue mas que la contemplación de un firmamento de luces después del periódico suicidio del sol.
Él permanece en el parque y yo paso, pero nadie puede jugar para siempre. Quería llevármelo, pero nunca encontré las raíces de ese árbol. Ahora quizás sea un navegante y me dedique a buscar raíces en el mar, nuevas metáforas. Buscaba alguien para amar y lo encontré. Ahora amo el recuerdo y también me paseo por ahí.
Soy tan feliz como el primer día de la muerte del sol.
Que la paz sea contigo.
Recuerdo un tiempo.
En que fuimos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que lindo lo que escribes, me enantó leerte.

Anónimo dijo...

puedes ver más allá del paisaje , logras distinguir otra sonrisa que no sea la tuya... te aseguro que alguien sí lo hizo. '^_^, saludos

Anónimo dijo...

super profundo en realidad el escrito onda como corinca u otra cosa pero en fin me gustó. Mucho lo que leí felicitacioneeeesssss super bien