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Tengo algo atravesado en la garganta, y no son mis amígdalas hinchadas por esas infecciones de invierno. Podría ser algún llanto que quede, o lo mal que me cayó que calificaran este blog como una terapia, mi odio al Imperio (¿porqué no te quedas en casa? de Ismael Serrano) o peor, aún no me logro reconciliar con la existencia de P.
Y es que este blog, en una muy corta defensa institucional, no es una terapia, es una forma de comunicarse con el mundo, o más bien con el universillo que todos guardamos afuera. Y ojalá fuera si quiera un efectivo camino de desahogo como yo pensaba, pero después de escribir acá el dolor es el mismo. (El siquiatra que me atendió el 2000 gozaría con esto) Que sea para dejar patentes las incongruencias de todo ser humano. Y aquí voy: lloré tanto la última noche, fue tan trsite el primer día, ha sido tan triste el segundo, y esta noche me duele tanto la cabeza. Porque en esta situación hay una máxima complejidad. Si la gente es tan útil como cada átomo del universillo, es imposible que yo pueda querer matar a P, que quiera olvidarlo, y que su existencia fuese desde ahora una inexistencia. Eso es ir contra las leyes del universillo. De ahí que, aunque él me hubiese aún más daño-engaño, igualmente piense en su bondad. Y por eso, por él me cortaría igual un brazo... o quizás un dedo. Porque el objeto del dolor no tiene porqué ser menos víctima del dolor. De ahí que yo haya utilizado el extraño término de disociar para tratar de olvidar al hueón que me hizo por un momento creer que tener la confianza puesta en el hombre, era un viaje directo al precipicio. Y, claro, tengo intenciones inclinadamente suicidas, pero no quiero morir equivocándome en lo que creo.
Disociaría todo para quedarme solamente con lo bueno. Mientras, una lágrima cae pidiéndome explicación. Pero hay cosas, tan líquidas y tan inciertas, que no puedo escribir en un soporte tan de ningna parte como éste. Aún así, no puedo ir en contra de las lágrimas, tan básicas, preguntan cosas tan obvias. Como antenoche, cada vez que hay algo en que ya me parece que no puedo hacer nada, y me desespero, vienen ellas, como un ejército salvador y enfilan en linea recta a enfrentarse con lo imposible. A veces ni ellas pueden y necesitamos un ejército de mar, otras, pueden.
Como cuando murió mi nona, un caso de hace tanto tiempo que no viene al caso detallar. Salvo porque mi llanto de antenoche tuvo características similares, una sensación de inevitabilidad, de que me habían desterrado, que me habían sacado las raíces desde donde yo había querido crecer, como todo árbol, yo y mis raíces. Esta vez me dijeron simplemente que mis raíces no podían crecer ahí, y el llanto era por un muerto, por el amor muerto, por el árbol muerto. Con mi nona las lágrimas pudieron, con P no.
Y algo de eso descubrí en una interesante conversación con el ayudante de la U. Y como mi deshaogo (que linda palabra) no había tomado sonido, frente a él la pena pedía convertirse en una voz más o menos trémula. Y me ha dicho que uno no llora por amor, y es cierto, porque el amor lo que hace es hacerme feliz; sin embargo, cada vez que ese amor es inevitablemente asfixiado y se muere, hay que llorar porque no se puede hacer nada más. Como cuando se muere alguien.
Y no es raro entonces que se me haya ocurrido que desde hoy empiezo a morir. Y cómo no? si se me acaban las ganas de toparme con alguien más, si tengo tanta pena que parece que durará toda la vida, si por más que escriba páginas y páginas, ninguna palabra podrá devolverme lo que perdí. Por eso, cuando las cosas se mueren hay que enterrarlas no más... y ahí estás en el ejercicio de meter en la tumba, echando tierra y flores y no te das cuenta cuando ¡aaaaah! ¡Cuidado! ¡Enterraste el corazón! ¡Y la mano! ¡Y mis ojos, mis besos!
Y será entonces que hay que esperar que el cuerpo resucite. Lo único que pido es que este cuerpo no sea de una especie rara.
En seguida, pensé que esto de afanarse por lo rico que es estar con alguien muy amadamente se me había knockeado pero me niego, ni enterrar ni nada; si vuelvo a amar la tercera vez será aún más fuerte. Aunque en este último caso como en el de antes no me haya gustado el final, puedo morir por eso, di nuovo.
Por cierto, siempre existe la posibilidad de que me estén engañando y que no me digan la verdad, pero ¿cómo podría vivir suponiendo que todo el universillo que me rodea es falso?
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